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Imperio en llamas: capitulo 1 sangre y fuego

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El tronco se partió por la mitad sin esfuerzo. Maximiliano apoyó el hacha de mango largo y cabeza grande en el tocón, cogió un trapo, se secó el sudor de la frente, la nuca y se lo paso por el pelo, que era corto y negro. Miro al horizonte, el calor iba remitiendo a la vez que el sol se escondía. Se enorgullecía de tener un pequeño trozo de tierra para cultivar y una casa para su familia, después de años sirviendo en la legión. Oyó un ruido detrás de él y se giró para encontrase de cara con su mujer, llevaba un vestido azul, y portaba a su hijo pequeño en brazos. Era una mujer rubia, de ojos verdes, procedente de las provincias del norte, descendiente de etnia celta. —Creo que ya has cortado suficiente leña por hoy —le dijo ella dándole un odre lleno de vino.  —Tienes razón. Queda mucho para el invierno y tengo tiempo —dijo después de darle un largo trago al odre. Le devolvió el odre a su mujer y empezó a apilar la leña cortada. Acabó, cogió el hacha y se dispuso a entrar en casa

Las crónicas de Bernhard. Tercera parte: refugio

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                   —Va a sanar bien —dijo Hild mientras terminaba de cambiar el vendaje.                 —Eso es porque eres buena curandera —respondió Bernhard acariciándole el pelo. Estaban en el refugio, una granja abandonada que probablemente había sido de las primeras en ser saqueadas al entrar los bárbaros en Hispania. La mayor parte del edificio estaba derrumbado, debido a la acción de las llamas, solo las cuadras ubicadas en la parte trasera no fueron consumidas por el fuego. Teodoro y su grupo habían hecho algunos arreglos para que fuese más habitable, solo por dentro, para que no fuera muy evidente que allí había gente; cualquiera que pasase cerca y viese el estado del edificio pensaría que en ese lugar no podía vivir nadie. Honorio era el que les mantenía informados sobre las noticias del mundo, y de los posibles golpes, pequeños asaltos a gente poco importante, sin llamar mucho la intención. Se solía pasar uno o dos días fuera, hablando con la gente de las granjas vec

Las crónicas de Bernhard. Segunda parte: el héroe prófugo

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La luna ya había ocupado su lugar en los cielos. Bernhard se había vendado la herida; sus intentos por hacer fuego eran infructuosos, la leña recogida en el bosque estaba mojada; las desnudas hayas eran testigos mudos de su frustración. Paró un momento para descansar las manos, le empezaban a doler y también la herida del brazo. Miró el cielo azul cobalto, vagamente visible entre las nubes. Oscurecía con rapidez y necesitaba fuego para no pasar frio, pero el círculo de piedras que había reunido seguía carente de hoguera. Unos pasos sobre la hojarasca hicieron que se pusiera de pie con velocidad felina. Dos hombres asomaron por la espesura, el uniforme de legionarios le tranquilizó. —Saludos, ciudadano —dijo el más alto, aunque ambos eran hispanos, y por lo tanto más bajos que nuestro joven guerrero—. Lamento tener que informarle de que su montura queda requisada en nombre de la legión. Ordenes del legado. Maldita sea, como si ya no tuviera suficientes problemas; pensó   Bernhard.

Las crónicas de Bernhard. Primera parte: el auge de un héroe.

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Era una plácida tarde de otoño, con el cielo gris uniforme; con las cosechas recogidas, Bernhard tenía tiempo libre. Le gustaba reparar herramientas y arreglar su granja. Estaba orgulloso de ser un pequeño propietario de tierras y no tener que labrar las de otro. Ahora estaba arreglando una azada, con cordones de cuero, para reforzar el maltrecho mango. Acabó el trabajo. Bien, creo que puede resistir unos cuantos golpes más; pensó Bernhard. Su esclavo, un viejo romano, al que mantenía más por cariño que por utilidad; le sacó de sus pensamientos. —Vienen jinetes por el camino, amo. Bernhard entrecerró los ojos para agudizar la vista. Cuatro jinetes llegaban por el camino de tierra. Los dos primeros eran claramente guerreros visigodos, con sus petos de cuero, sus espadas y sus escudos, montando sobre caballos de color marrón oscuro. Detrás suyo a lomos de un corcel rojo, con una marca redonda y blanca entre los ojos, venía una figura encapuchada, envuelta en un hábito color gris. L

Legio XII Fulminata

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    Las estrellas iban desapareciendo a medida que el cielo se volvía azul. La frescura de la noche quedaba atrás a la vez que el astro rey se alzaba, el cielo despejado antojaba otro día de calor extenuante. El agua era cada vez más escasa, y debido a las altas temperaturas los soldados apenas podían portar la panoplia, entraban en combate fatigados. El magnífico equipamiento que hacía de la legión romana la mejor infantería pesada del mundo ahora jugaba en su contra. La legión   Fulminata se encontraba acampada  en el curso alto del Danubio. Luchaban contra un contingente más numeroso de bárbaros germanos, conocidos como los Cuados. Los enemigos eran conscientes de su situación y no atacaban de forma abierta, ni continuamente, pensando que las condiciones extremas de calor y falta de agua acabaría por rendir a los legionarios. Exhaustos y heridos, los soldados del emperador Marco Aurelio resisten a duras penas. Arnufis el egipcio, amigo personal del emperador y mago de la corte,

El principio del fin

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El imperio romano. Tan solo su nombre evoca visiones de majestuosidad y grandeza, imponentes edificios de mármol blanco, templos levantados en honor a los dioses, lujosos palacios, anfiteatros repletos de gente aplaudiendo y vitoreando mientras los gladiadores luchan a muerte, el más grande de todos el anfiteatro Flavio símbolo de la grandeza del imperio. Filósofos de magistral oratoria, portas cuyos versos perduran al desgaste de los siglos y generales al mando de legiones de disciplinados soldados, con sus panoplias brillando al sol. De sus humildes orígenes como la mera unión de las aldeas de cuatro colinas, Roma surgió. Y cual una bestia hambrienta creció, alimentándose de las victorias sobre los pueblos que conquistaban sus implacables ejércitos, derrotando a otras bestias y apoderándose de ellas, Etruria, Cartago, Siria, Egipto…, hasta dominar un imperio que se extendía por tres continentes. Durante mucho tiempo su poder y su influencia no conocieron rival. Durante dos siglos

Luchar o morir

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Después de haber perdido las dos primeras batallas, volvemos a la carga con el proyecto. Como la eficiente legión romana, nosotros no nos rendimos y estamos dispuestos a intentarlo una vez más. Hemos aprendido de nuestros errores y por eso en esta ocasión nos lo vamos a tomar con calma, planificado bien la estrategia y preparando bien el campo de batalla, para poder atacar con fuerza nada más empezar la contienda y poder llevarnos el triunfo. Por el momento no hay fecha exacta de cuando van a empezar de nuevo las incursiones. Pero esta vez voy a hacer un reclutamiento más tranquilo, para que más bárbaros y bárbaras se unan a nuestra causa y así poder conseguir el ansiado botín final, para el disfrute de todos y todas. Quiero agradeceros a los que os unisteis a la causa desde el principio el apoyo recibido y con la esperanza de que todavía estéis dispuestos a convertíos en auténticos bárbaros y bárbaras, juntos podremos conseguirlo. No rendirse jamás y luchar hasta el final, porqu