Imperio en llamas: capitulo 1 sangre y fuego


El tronco se partió por la mitad sin esfuerzo. Maximiliano apoyó el hacha de mango largo y cabeza grande en el tocón, cogió un trapo, se secó el sudor de la frente, la nuca y se lo paso por el pelo, que era corto y negro. Miro al horizonte, el calor iba remitiendo a la vez que el sol se escondía. Se enorgullecía de tener un pequeño trozo de tierra para cultivar y una casa para su familia, después de años sirviendo en la legión. Oyó un ruido detrás de él y se giró para encontrase de cara con su mujer, llevaba un vestido azul, y portaba a su hijo pequeño en brazos. Era una mujer rubia, de ojos verdes, procedente de las provincias del norte, descendiente de etnia celta.

—Creo que ya has cortado suficiente leña por hoy —le dijo ella dándole un odre lleno de vino. 

—Tienes razón. Queda mucho para el invierno y tengo tiempo —dijo después de darle un largo trago al odre.

Le devolvió el odre a su mujer y empezó a apilar la leña cortada. Acabó, cogió el hacha y se dispuso a entrar en casa cuando vio polvo en la lejanía. Un grupo de jinetes que se dirigían hacia allí, entorno los ojos para ver mejor los detalles. El que iba en cabeza vestía Cota de escamas, los que le seguían llevaban petos de cuero, empuñaban lanzas, mazas, hachas y escudos tipo rodela.

—Beatrix escóndete —gritó mientras corría hacia la casa.

Ya era de noche cuando derribaron la puerta. El primero en entrar fue recibido con un fuerte golpe. El hacha, que tenía la cabeza grande y pesada estaba pensada para cortar de un tajo el tronco más grueso, penetró sin dificultad en el pecho del hombre. Los que iban detrás se quedaron sorprendidos durante un momento, tiempo que usó el ex legionario en abalanzarse sobre ellos y  atacar con su Spatha. El íbero atacó con su arma formando un arco horizontal que alcanzó a un enemigo en la base del cuello, el enemigo cayó al suelo casi decapitado, acto seguido sin darles oportunidad de reacción lanzó un golpe al adversario más cercano, provocándole un profundo corte en el muslo, cuando retiró el arma un chorro de color carmesí surgió de la herida tiñendo el suelo de rojo, el enemigo chillo y cayó pesadamente. 

Maximiliano no podía ver todos los detalles de sus enemigos debido a la oscuridad pero podía distinguir que eran bastante más altos que él.

Cuando se pasó el momento de la sorpresa los enemigos contraatacaron, el ibero se intentó defender pero eran tres; el primero atacó con su maza, el arma golpeó con una fuerza terrible en las costillas del ex legionario, el sonido de la cabeza metálica contra la cota de mallas resonó como un trueno; el segundo atacó con su hacha de mano golpeándole el hombro pero sin atravesar la armadura; sintió un dolor muy intenso en un costado cuando la moharra de la lanza se hundió en su cuerpo; atacó con su espada al que tenía más cerca, el enemigo desvió el arma con el escudo; un golpe de maza en el pecho le dejo sin respiración. El mundo se volvió borroso, le costaba levantar su arma, su armadura le pesaba, finalmente todo quedo a oscuras, lo último que oyó fue el ruido de su cuerpo chocando contra el suelo.

Abrió los ojos, no sabía cuánto tiempo había pasado, lo que si veía era que el sol estaba muy alto. Se incorporó y valoro la situación, tenía el camisote de mallas roto donde le habían alcanzado, el suelo estaba teñido de rojo oscuro y pegajoso. Ahora podía ver con más detalles a sus enemigos, tenían el pelo rubio o rojo, y los ojos ligeramente rasgados. Había dado muerte a tres, el primero con el hacha que yacía en medio de la puerta; el segundo se encontraba tumbado de lado con la cabeza sujeta al cuerpo por solo la mitad del cuello y el tercero había muerto desangrado; una sonrisa apareció en sus labios, todavía seguía en forma.  Las armas habían desaparecido. Puso sus pensamientos en orden y abrió mucho los ojos; Beatrix y los niños pensó.

—Beatrix —gritó. Pero no obtuvo respuesta—. Beatrix —volvió a gritar, temiéndose lo peor.

En aquel momento vio el estado de su casa, las llamas habían consumido la gran mayoría del edificio, el se había salvado por esta fuera. Se adentró entre las ruinas, buscando el escondite de su familia con la esperanza de que hubieran tenido la misma suerte. No tardó en descubrir sus cuerpos calcinados.

                —Noooooo —gritó a la vez que se abalanzaba sobre su mujer y sus dos hijos.

Al agarrarlos se dio cuenta que todavía estaban calientes. Se quedó allí, junto a ellos, de rodillas llorando. Cuando se calmo alzó la vista, no sabía cuánto tiempo había estando en esa posición, pero debió de ser mucho ya que le dolían las piernas. Salió de la casa y se dirigió al cobertizo, que también había sido pasto de las llamas, no había rastro del caballo y de la mula. Buscó una pala, y encontró solo la parte metálica, el mango había sido engullido por llamas como todo lo demás. Salió y se puso a cavar tres hoyos; cuando fueron lo suficiente profundos cogió los cuerpos de su familia, los metió en los agujeros y finalmente echó tierra encima.

Cuando acabó era ya noche cerrada, no se había dado cuenta de lo rápido que había pasado el tiempo, y de lo mucho que le dolía el cuerpo. Se desprendió de la armadura y se valoró las heridas; tenía moratones en todo el cuerpo, probablemente un par de costillas rotas; la clavícula fisurada; y la más grave la del costado, tenía un agujero que le atravesaba de lado a lado donde la le había acertado la lanza, por suerte solo había dañado músculo, le dolía mucho pero no era muy grave. 

Ahora tenía que limpiarse y curarse, buscó cualquier cosa que pudiera usar, la mayoría de los utensilios metálicos habían sobrevivido al incendio, cogió una olla, hizo fuego, sacó agua del pozo y la puso a hervir, corto con un cuchillo unas tiras de tela de las ropa de los enemigos muertos y las echó al agua. Se limpió la herida, y con la tela se la vendó. No tardó en quedarse dormido.

Se despertó cuando el sol todavía estaba muy bajo, descansado y con los pensamientos en orden se dio cuenta que llevaba más de un día sin comer. Fue a la despensa, la puerta era gruesa y las llamas no habían podido entrar tan fácilmente, solo la mitad de la estancia estaba calcinada, rebuscó entre lo poco que le habían dejado los asaltantes y el fuego. Encontró un poco de queso y algo de carne seca. 

Con el estomago lleno empezó a valorar lo que había pasado; cómo es posible que el imperio por el que luchó y derramó tanta sangre, dé tierras a esos salvajes y les permita atracar impunemente a ciudadanos romanos; el imperio les había abandonado a su suerte, permitiendo a los bárbaros asentarse en las tierras que tanto les había costado conquistar; la paz había llegado a su fin y el imperio había sido invadido, le tocaba volver a hacer lo mejor que se le daba.

Registró todo el lugar en busca de cualquier cosa que le fuera útil. Armado con un cuchillo, su cota de mallas  a la que le faltaban anillas y una capa que recuperó de los enemigos caídos se puso en marcha. Meditó sobre el siguiente paso a seguir, priorizó sobre la necesidad de armarse y curarse. Aún le quedaba algún compañero de armas en Augusta Emerita, esperaba que todavía siguiese siendo fiel al imperio. Eran dos días de camino a pie por la calzada, pero probablemente las vías ya no eran seguras, por caminos secundarios añadía un día más a su viaje. Decidió la segunda opción con la esperanza de no encontrarse con problemas.

Comenzó a caminar, cuando todavía no estaba lo suficiente lejos volvió la vista hacia lo que había sido su hogar los últimos años, una lagrima resbalo por su mejilla. Era cierto lo que le había dicho su centurión cuando se licenció, la guerra persigue siempre a los hombres de armas. 




 
        

 

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