Legio XII Fulminata
Las estrellas iban desapareciendo a medida que el cielo se volvía azul. La frescura de la noche quedaba atrás a la vez que el astro rey se alzaba, el cielo despejado antojaba otro día de calor extenuante. El agua era cada vez más escasa, y debido a las altas temperaturas los soldados apenas podían portar la panoplia, entraban en combate fatigados. El magnífico equipamiento que hacía de la legión romana la mejor infantería pesada del mundo ahora jugaba en su contra.
La legión Fulminata se encontraba acampada en el
curso alto del Danubio. Luchaban contra un contingente más numeroso de bárbaros
germanos, conocidos como los Cuados. Los enemigos eran conscientes de su situación
y no atacaban de forma abierta, ni continuamente, pensando que las condiciones
extremas de calor y falta de agua acabaría por rendir a los legionarios.
Exhaustos y heridos, los soldados del emperador Marco Aurelio resisten a duras
penas.
Arnufis el egipcio, amigo personal del emperador y mago de la corte, entra
en la tienda del césar; era uno de los pocos privilegiados que tenía tal honor.
— ¡Salve emperador! Está noche los
dioses me enviaron un mensaje, debemos atacar esta mañana.
El soberano alza la vista de su mesa cubierta de mapas, iluminada por una
pequeña vela.
—Lo soldados están exhaustos, mi orden es
aguantar la posición hasta a que la situación sea más favorable.
¿Qué te han dicho las divinidades?
—Están con nosotros esta mañana,
emperador. Mis augurios predicen que nos van a enviar esa situación favorable
que tanto anhelamos. Si atacamos ahora podremos salir de esta situación y
salvar la vida a muchos soldados.
—Está bien, daré orden de marchar —dijo el
emperador después de unos momentos pensativo—. Espero que no estés equivocado o
será nuestro fin.
Minutos después resonaba por todo el campo las tubas de los aenatores.
Con sonido grave, un toque largo indicaba que las legiones se tenían que
preparar para el combate. El crujir de la madera de los scutum, el tintineo de
las lorica segmentata, sonidos metálicos del gladius y el pilum.
Poco tiempo después las unidades estaban en movimiento, con el cesar en la
retaguardia, todavía sin ver la situación clara, incluso él estaba fatigado por
el calor, aún marchando a caballo y vistiendo una lorica musculata, una
armadura menos pesada.
El avance de la legión se acompasó con un repentino viento. No tardarían en
chocarse con las hordas bárbaras, siendo más numerosas, estando más descansadas
y con el terreno a su favor, dominaban el campo de batalla. Pero algo cambia en
pocos instantes, el viento trae nubes grises que tapan el sol, el calor
sofocante remite y empieza a caer lluvia torrencial. El agua refresca a los
legionarios, que agradecen las gotas caídas sobre su caliente armadura. Bajo el
fuerte aguacero, los ataques y retiradas de los bárbaros, tan veloces al
principio, se tornan lentos torpes y descoordinados. Ver a sus enemigos
resbalar y caer en el barro, incapaces de esquivar las metódicas y certeras
estocadas de sus legionarios, hace brotar una sonrisa en el normalmente severo
semblante del emperador.
Contra todo pronóstico y gracias a los augurios del sacerdote, la Legio XII
Fulminata se alza con la victoria de una batalla que estaba perdida, contra un
contingente más numeroso y unas condiciones climáticas adversas.
Solo haz lo correcto. Lo demás no importa. Caliente o frío. Cansado o
descansado. Despreciado y honrado. Muerto u ocupado con otras tareas. Porque
morir también es una de las tareas que debemos cumplir en la vida.
Marco Aurelio
Roma 121- Viena 181
Emperador y filósofo.
Comentarios
Publicar un comentario