Las crónicas de Bernhard. Tercera parte: refugio
—Va a sanar bien —dijo Hild mientras terminaba de cambiar el vendaje.
—Eso es porque eres buena curandera —respondió Bernhard acariciándole el pelo.
Estaban en el refugio, una granja abandonada que probablemente había sido de las primeras en ser saqueadas al entrar los bárbaros en Hispania. La mayor parte del edificio estaba derrumbado, debido a la acción de las llamas, solo las cuadras ubicadas en la parte trasera no fueron consumidas por el fuego. Teodoro y su grupo habían hecho algunos arreglos para que fuese más habitable, solo por dentro, para que no fuera muy evidente que allí había gente; cualquiera que pasase cerca y viese el estado del edificio pensaría que en ese lugar no podía vivir nadie.
Honorio era el que les mantenía informados sobre las noticias del mundo, y de los posibles golpes, pequeños asaltos a gente poco importante, sin llamar mucho la intención. Se solía pasar uno o dos días fuera, hablando con la gente de las granjas vecinas o de los pueblos cercanos. Un día llegó y dijo que el obispo había puesto precio a la captura de Bernhard, acusado de asesinato y de herejía; el visigodo les explicó como se vio obligado a abandonar sus tierras. Esta vez era distinto, llevaba cuatro días fuera, Teodoro empezaba a estar preocupado y se le notaba. Esa misma mañana Agax le había propuesto salir en su busca; sin Honorio no duraríamos ni un día ahí fuera, le increpó.
Al finalizar el día Honorio por fin volvió, y fue un alivio para todos. Estaba cubierto de barro y empapado hasta los huesos. Se sentó cerca del fuego y cogió un trozo de carne asada que se estaba haciendo para la cena.
—Ayer por la mañana cuando me disponía a volver vi al recaudador de impuestos romano —paró un momento para arrancar un trozo de carne—. Y decidí seguir la comitiva un rato —continuó después de tragar—. En un pequeño desfiladero que hay al oeste un grupo les tendió una emboscada, acabaron con ellos y se llevaron la carreta de lo recaudado —paró un momento para darle un trago a la cerveza—. Les seguí la pista hasta unas cuevas que hay en el noroeste. Al principio pensé que eran bandidos vascones, pero al llegar a su escondite. ¿A que no adivináis lo que descubrí?
Se quedó en silencio durante un rato, todos miraban como Honorio se acababa el trozo de carne de dos bocados.
—Que en realidad eran soldados del obispo —dijo señalando a Bernhard.
— ¿Estás seguro de eso? —preguntó el joven visigodo.
Honorio asintió con la cabeza.
—Ya nos hemos topado alguna vez con ellos. Me he quedado hasta hoy a la mañana observándoles. Han dejado a seis hombres custodiando el botín —y en sus labios asomó una sonrisa.
—Sin duda las nornas tienen un gran sentido del humor —una sonrisa enorme brotó entre la barba rubia de Bernhard.
— ¿Qué tipo de equipamiento llevan? —preguntó interesado Teodoro.
—Lanza, spatha, rodela y cotas de mallas —respondió Honorio mientras cogía otro pedazo de carne.
—No me gusta —dijo Teodoro después de unos segundos meditando—. Esas cotas de malla no van a ser fáciles de atravesar con las espadas, nos obligan a usar solo las lanzas. Si atacamos de frente y nos rompen la formación, en combate cerrado tendremos problemas; son más numerosos, nosotros solo somos tres combatientes, el brazo de Bernhard todavía no está curado del todo, no puede luchar bien del todo; y Hild no es de mucha ayuda en combate.
—Soy buena con la honda —alegó Hild tocando una bolsa que colgaba en su cinturón llena de balas de honda—. Honorio y yo podrímos daros cobertura desde la distancia
—Usemos el factor sorpresa —dijo Agax encogiéndose de hombros. Con su característico acento que le hacía arrastrar las erres—. Nosotros sabemos donde están y ellos no saben que vamos. Usemos eso a nuestro favor.
—Ir en sigilo nos obliga a dejar las armaduras aquí —contestó Teodoro—. Seremos más vulnerables.
—Usando la sorpresa podemos equilibrar las tornas— respondió el visigodo—. Además ya lo tengo casi curado.
—La sorpresa parece ser la mejor opción —dijo Teodoro todavía sin estar convencido del todo.
—Si queremos pasar desapercibidos tendremos que evitar los caminos, iremos a través del monte y del boque, hay que ir ligero para no llegar al combate cansados —dijo Honorio—. Si vamos a ir por mi territorio daré yo las órdenes. ¿Alguna objeción?
Miró a cada uno de los presentes; Teodoro asintió, Agax se encogió de hombros, Hild y Bernhard se miraron un momento y asintieron a la vez.
—Perfecto. Hay medio día de camino hasta la cueva, mañana a la mañana antes de que el sol esté en lo más alto saldremos, llegaremos después de que anochezca, eso nos dará tiempo para descansar y atacar a media noche.
Esa noche ninguno durmió bien, con los nervios que preceden un combate. A la mañana se equiparon con las lanzas, excepto Hild que iba con su honda y Honorio que siempre llevaba el arco corto y una espada corta. El resto del equipo, camisotes de mallas, espadas y escudos, los guardaron en un agujero que habían hecho dentro del edificio, lo cubrían con una plancha de madera, echaban tierra encima y después desperdigaban paja por todo el recinto, de esta forma ni el ojo mejor entrenado podía ver que allí había algo.
Se pusieron en marcha, Honorio les condujo a través de zonas rurales por donde solo pasaban los animales, atravesaron pequeños valles y caminaron por medio del bosque. Avanzaba ágil y rápido acostumbrado a ese terreno, en varias ocasiones tuvo que esperar a sus compañeros que iban bastante más lento. Cuando el sol ya se había puesto y el tono del cielo se empezaba a oscurecer les dio el alto.
—Ahí arriba —dijo señalando unos peñascos—. Hay que descansar.
La oscuridad les envolvía, arriba donde Honorio les había dicho, se vislumbraba una luz. La luna ocupaba el lugar más alto en el firmamento, las nubes grises avanzaban rápidas, creando claros que dejaban ver el cielo estrellado entre ellas.
—Yo y Hild les atacaremos primero, con un poco de suerte nos quitaremos a uno, cuando decidan venir a ver, Teodoro y Agax apostados cada uno en un flanco tendrán su oportunidad. Bernhard tú estarás en su retaguardia para cuando salgan los de dentro —Honorio miró al cielo—. Os doy una hora para prepararos.
Una flecha salió de la oscuridad e impactó contra el hombro del guardia que estaba a la izquierda de la entrada en la cueva. El otro guardia se giró para ver porque su compañero había chillado, cuando un proyectil de honda se estrelló contra su sien.
—Alarma —gritó el primer guardia alzando el escudo y poniendo la lanza en ristre.
En ese preciso instante Teodoro salió de su escondrijo, por el flanco del guardia que había gritado. La punta de su lanza penetró sin dificultad entre las anillas de las cota de mallas, a la altura de los riñones. La moharra del arma se hundió entera en el cuerpo del guerrero que puso los ojos en blanco y se derrumbó. En el lado contrario Agax atacó, su arma se clavó debajo de la axila del soldado aturdido, cuando sacó el arma un chorro de sangre salpicó el suelo. El guerrero herido se giró para encarase al celta, intentado tapar al herida para que dejara de sangrar, un instante después se derrumbó en un charco carmesí.
Desde dentro salieron los cuatro compañeros restantes, el primero fue recibido con una flecha en el muslo y una piedra en el pecho que lo dejó sin respiración. El resto se encararon a Teodoro y Agax. El segundo atacó a Teodoro, el íbero lo vio venir y se apartó justo a tiempo. Agax no tuvo tanta suerte y fue alcanzado en el brazo. Cuando el cuarto estaba dispuesto a asestarle el golpe de gracia al celta, salió Bernhard que le atacó por la espalda, su golpe hubiese sido mortal si no fuera por la herida de su brazo, le clavó el arma a la altura del pulmón derecho, el golpe iba casi sin fuerza pero fue lo suficiente potente como para que su amigo pudiese seguir luchando.
Más proyectiles impactaron contra el cuerpo del primer soldado, una flecha en la garganta y una pedrada de honda en las costillas valieron para derribarlo. Teodoro lanzó un golpe pero fue interceptado por el escudo del enemigo. El que hirió a Agax se dio media vuelta para encarase con Bernhard, intentó asestarle un golpe pero lo hizo muy forzado tras la media vuelta y falló. El que había sido herido por el visigodo intentó alcanzar a Agax, la herida producida por el ataque del joven guerrero le dolía mucho y falló por mucho, momento que aprovecho Agax para asestarle le golpe mortal en el abdomen, el soldado cayó al suelo agarrándose la barriga.
Agax aprovechando la situación atacó por la espada al que estaba encarado con Bernhard, el arma entró por la nuca y asomó la punta por la garganta justo debajo de la barbilla, el enemigo cayó al suelo escupiendo sangre. El visigodo arrojó su lanza contra el que quedaba con Teodoro, iba con poca fuerza pero aún así consiguió impactarle en el muslo, el soldado trastabilló, momento que aprovechó Teodoro para atravesarle el esternón con su lanza, la punta penetró sin dificultades en el cuerpo del último soldado que murió dando un sonoro suspiro.
Inmediatamente después de la batalla se unieron Honorio y Hild. La chica se puso manos a la obra con el brazo de Agax, un corte limpio sin demasiada complicación sacó aguja e hilo y lo suturó.
Al finalizar el combate entraron en la cueva y allí estaban los bienes recaudados. Parte en especia, pieles, pequeños animales de granja, y un cofre a rebosar de piezas de bronce y plata.
—Alguien viene —advirtió Honorio que estaba montando guardia en la entrada de la cueva.
Un sonido metálico llegaba desde el camino y se iba haciendo más intenso. Una figura salió de la negrura. Era tan alta como Bernhard, de cabello rubio y ojos ligeramente rasgados. Vestía una cota de escamas, empuñaba un hacha de mano en la diestra y en la zurda portaba un escudo redondo de unos ochenta centímetros de diámetro, del cinturón colgaban otras dos hachas más. Las características faciales hacían pensar que era un hombre sin barba, pero un par de protuberancias en el pecho sobresalían por debajo de la armadura, lo que indicaba que pertenecía al sexo contario.
—Sabía que podías seguir por la zona —dijo apuntando con el hacha a Bernhard.
— ¿Nos conocemos? —preguntó atónito el visigodo.
—El obispo paga más si estás vivo. Así que no os resistáis; me llevaré al visigodo, al resto os dejaré en paz.
—Yo creo que no —dijo Teodoro poniendo su lanza en posición ofensiva. Los demás lo imitaron.
Como un rayo el hacha salió disparada de su mano e impactó con una fuerza terrible en el muslo de Agax, que cayó al suelo pesadamente. La respuesta de Honorio no se hizo esperar y disparó una flecha que revotó inofensivamente en la armadura. Apareció una sonrisa en la cara de su enemiga. Teodoro atacó, su golpe fue interceptado escudo; Bernhard hizo lo propio pero sus golpes continuaban siendo flojos y la punta no pudo atravesar la armadura. La mujer cargó con el escudo hacia adelante y derribó a Teodoro, avanzó hacia él mientras desenvainaba otra hacha.
—Es muy grave —susurró Hild a Honorio. Se había agachado a examinar la pierna de Agax—. Si no le curo pronto morirá. Necesitamos salir de aquí.
El celtibero arrojó el arco hacia un lado y sacó la espada corta.
—Os voy a dar algo de tiempo —dijo mientras cargaba contra la desconocida.
Su espada corta se encontró en el camino del hacha de mano, cuando su enemiga estaba a punto de acabar con Teodoro. Ambos aceros chocaron con mucha fuerza provocando chispas y un fuerte estruendo. Después del choque todo quedó en silencio, no se oía ni los sonidos del bosque cercano.
—Marchaos —gritó. Mientras desviaba una acometida de su contrincante—. Os daré todo el tiempo que pueda.
Su estocada se encontró con el escudo; ella lanzó una ataque vertical, Honorio saltó hacia atrás para salir del alcance del arma de la mujer, el hacha chocó contra una piedra y saltaron fragmentos de rocosos.
Mientras tanto los compañeros recogieron a Agax y se perdieron en la oscuridad.
Continuará…
Comentarios
Publicar un comentario