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Las crónicas de Bernhard. Segunda parte: el héroe prófugo

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La luna ya había ocupado su lugar en los cielos. Bernhard se había vendado la herida; sus intentos por hacer fuego eran infructuosos, la leña recogida en el bosque estaba mojada; las desnudas hayas eran testigos mudos de su frustración. Paró un momento para descansar las manos, le empezaban a doler y también la herida del brazo. Miró el cielo azul cobalto, vagamente visible entre las nubes. Oscurecía con rapidez y necesitaba fuego para no pasar frio, pero el círculo de piedras que había reunido seguía carente de hoguera. Unos pasos sobre la hojarasca hicieron que se pusiera de pie con velocidad felina. Dos hombres asomaron por la espesura, el uniforme de legionarios le tranquilizó. —Saludos, ciudadano —dijo el más alto, aunque ambos eran hispanos, y por lo tanto más bajos que nuestro joven guerrero—. Lamento tener que informarle de que su montura queda requisada en nombre de la legión. Ordenes del legado. Maldita sea, como si ya no tuviera suficientes problemas; pensó   Bernhard.

Las crónicas de Bernhard. Primera parte: el auge de un héroe.

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Era una plácida tarde de otoño, con el cielo gris uniforme; con las cosechas recogidas, Bernhard tenía tiempo libre. Le gustaba reparar herramientas y arreglar su granja. Estaba orgulloso de ser un pequeño propietario de tierras y no tener que labrar las de otro. Ahora estaba arreglando una azada, con cordones de cuero, para reforzar el maltrecho mango. Acabó el trabajo. Bien, creo que puede resistir unos cuantos golpes más; pensó Bernhard. Su esclavo, un viejo romano, al que mantenía más por cariño que por utilidad; le sacó de sus pensamientos. —Vienen jinetes por el camino, amo. Bernhard entrecerró los ojos para agudizar la vista. Cuatro jinetes llegaban por el camino de tierra. Los dos primeros eran claramente guerreros visigodos, con sus petos de cuero, sus espadas y sus escudos, montando sobre caballos de color marrón oscuro. Detrás suyo a lomos de un corcel rojo, con una marca redonda y blanca entre los ojos, venía una figura encapuchada, envuelta en un hábito color gris. L