Las crónicas de Bernhard. Segunda parte: el héroe prófugo
La luna ya había ocupado su lugar en los cielos. Bernhard se había vendado la herida; sus intentos por hacer fuego eran infructuosos, la leña recogida en el bosque estaba mojada; las desnudas hayas eran testigos mudos de su frustración. Paró un momento para descansar las manos, le empezaban a doler y también la herida del brazo. Miró el cielo azul cobalto, vagamente visible entre las nubes. Oscurecía con rapidez y necesitaba fuego para no pasar frio, pero el círculo de piedras que había reunido seguía carente de hoguera. Unos pasos sobre la hojarasca hicieron que se pusiera de pie con velocidad felina. Dos hombres asomaron por la espesura, el uniforme de legionarios le tranquilizó. —Saludos, ciudadano —dijo el más alto, aunque ambos eran hispanos, y por lo tanto más bajos que nuestro joven guerrero—. Lamento tener que informarle de que su montura queda requisada en nombre de la legión. Ordenes del legado. Maldita sea, como si ya no tuviera suficientes problemas; pensó Bernhard.